Es importante diferenciar que emoción y sentimiento no son sinónimos. Y que la base para cualquier gestión emocional es poder reconocerla. Lo explica Marilen Stengel junto a Lorena Marino en el podcast.
En la gestión de emociones, hay que diferenciar: emoción y sentimiento no son sinónimos. Las emociones son respuestas automáticas a un estímulo de por medio, de contexto. El susto no es voluntario, se dispara automáticamente. La emoción está al servicio de la supervivencia. Si no tuviéramos emociones nos costaría mucho supervivir.
Hay especialistas que hablan de emociones tóxicas y nocivas. En realidad lo que hay son maneras nocivas o tóxicas de transitar esas emociones.
El miedo viene a avisarme que no tengo las herramientas necesarias para afrontar una situación, y ante el miedo debo detenerme y preguntar qué me hace falta para enfocarme en lograr las herramientas.
El sentimiento es emoción más pensamiento. Por ejemplo una emoción es la pasión, que me guste mucho alguien, que me apasione. El sentimiento es el amor, porque aun sabiendo todas las cosas que no me gustan de esa persona, a pesar de eso, tengo capacidad para pensar y decir que la amo por otras tantas cosas.
El elemento cognitivo es la diferencia entre emoción y pensamiento. Y está solo en el pensamiento.
La base para cualquier gestión emocional es poder reconocerla. Y gestionarla implica administrarla. Así como una emoción se dispara automáticamente, yo no puedo evitar sentir lo que siento, pero sí puedo administrar la manera en que esa emoción se canaliza. Las emociones son miedo, alegría, tristeza, ira, y para muchos especialistas, también el asco.
Cuando tomamos decisiones teniendo en cuenta nuestras emociones son mucho más inteligentes.
Reconocer que somos seres emocionales que aprendimos a pensar y que somos responsables de nuestra gestión emocional es indispensable para establecer vínculos de respeto, obligatoriamente, y ahí también hay emocionalidad.
Guía práctica para gestionar las emociones
-Lo primero es entrenarnos a percibirlas. Cada uno debe hacer contacto consigo mismo y preguntarse qué siente cuando se enoja, qué le pasa en el cuerpo.
–Tener la capacidad para detectarlo en el cuerpo, cuál es la emoción.
-Y anticipar para saber qué voy a hacer, por ejemplo si me conviene gritar fuerte.
-Una vez detectado debo gestionarlo. ¿Cómo? Pasando de la reacción a la respuesta. En la primera no hay pensamiento, en la segunda sí. Respirar, contar hasta 10, porque necesito darle tiempo al cerebro para saber qué hacer.
Cuando hablamos de líderes
A un líder se lo ve, a tal punto que se le presta atención en un 50 % más que el resto. Es quien pone el tono emocional. Y debe comunicar con mucha claridad si tuvo un mal día, o un problema. Si no la emocionalidad de la mala cara será de miedo en el equipo. Y no estará alineada para el logro de los objetivos.
Este es un momento en el que en las organizaciones aparece la figura del miedo. A quedarse sin trabajo, a no llevarse bien con los compañeros. Y también el enojo.
El enojo es una emoción que se dispara automáticamente cuando mis necesidades no se cumplen, a partir de una frustración, un deseo o una necesidad. Es legítimo el enojo. Lo que es ilegítimo es agarrar un martillo y romperle la cabeza a alguien. Cómo hago que ese plus de energía que me provee el enojo sea usado funcionalmente. Porque se libera energía y necesita ser administrada.
Hay líderes que viven enojados y lo trasladan al equipo. A veces no tiene que ver con el equipo, pero como seres emocionales, lo transmitimos y puede causar daño.
El líder necesita gestionar su propia emocionalidad para que el equipo pueda fluir con la propia.
Hay que aprender a diferenciar desde chicos, con educación emocional, entre frustración, tristeza, melancolía y desazón. Y en esto hay una cuestión de género que vale aclarar: los varones están arrancando un camino interno, de reconocimiento de emociones, que resulta muy importante.